Nunca imagine probar aguardiente de caña y menos preparada en piña colada, la verdad es que me agrado bastante, así que pregunté a mi amigo, quien me invito a un convivio familiar, sobre la procedencia de dicha bebida, Me respondió que la podría encontrar en Zacualpan de Amilpas. No dude ni un segundo y al día siguiente madrugue con destino a dicho lugar.

Exuberantes paisajes, ¡riqueza viva!

Después de dejar atrás la Ciudad y Estado de México llego al noreste del estado de Morelos, donde se ubica Zacualpan de Amilpas, teniendo como vecino cercano al estado de Puebla y los municipios de Ocuituco y Yecapixtla. Conforme voy avanzando me quedo sorprendido de tanta belleza, no cabe la menor duda, este municipio es poseedor de una notable serie de maravillas naturales.

Al llegar a Zacualpan, conforme voy adentrándome en sus calles pintorescas, puedo percibir un pueblo prehispánico, un templo viviente de tradiciones, pareciere que en Zacualpan de Amilpas no pasa el tiempo.

No dejo de admirar sus viejas construcciones que a la par con sus calles empedradas hace mas pintoresco el lugar, su gente no deja de ser amable y cálida. Dirijo mis pasos al Exconvento de la Inmaculada Concepción, probablemente el monumento más importante del municipio. Al entrar a su jardín llega a mi un olor a café de olla, giro mi cabeza 90° para buscar de donde proviene tan exquisito aroma y ubico el lugar. Le pido a la marchante me de un tarro de café y un pan artesanal.

No cabe duda que la marchante sabe de su negocio, de inmediato me relato que su café era muy diferente a los demás al ser este orgánico y artesanal, al escuchar lo dicho le pedí sorprendido que me contara más.

Me comento que ella pertenece a un pequeño grupo de productores y que seguían con al tradición de los abuelos y que el proceso de cosecha comienza en diciembre y se extiende hasta finales de marzo, una vez sembrado se deja secar durante dos semanas.

Viajeros beben cafe de olla en Zacualpan de Amilpas, MorelosEnseguida pasa a el triturado en un molino de piedra, para luego pasar a un tipo colador o arnés hecho de cuatro pedazos de madera, para así lograr limpiar el grano del café.

A continuación viene la etapa del tostado, que es la más importante debido a que es aquí donde el café adquiere sus propiedades y obtiene un sabor distinto ya que se ocupa leña de nogal, fresno y guayabo. El último proceso es el de la molienda, donde se define qué tipo de grano se va a moler, si para olla o cafetera.

Mientras me platicaba deje correr mi imaginación para así vivir y sentir cada proceso, sólo así podría, en cada sorbo de café, entender su trabajo, dedicación, y amor a su cosecha.

Gracias a esta, la madre tierra nos permite deleitarnos no solo con sus aromas y texturas, si no también, con sus sabores. Cada sorbo de café y bocado de pan me acompañaban en el recorrido por el exconvento de La Inmaculada Concepción construido en el Siglo XVI, y que al entrar me abrazo e incitó a la meditación y encuentro espiritual, sin duda aún guarda su misticismo.

Cabe destacar que el exconvento tuvo importantes intervenciones posteriores, como la capilla de la virgen del Rosario, del Siglo XVIII, y que también forma parte de La Ruta de los Conventos.

Después de tan maravillosa experiencia y el exquisito café con pan no podía irme sin antes preguntar a la marchante donde podría encontrar el aguardiente de caña de Zacualpan que me trajo aquí, muy amablemente se ofreció guiarme a conocer dicho lugar.

Salimos del exconvento, caminamos hacia la calle principal y llegamos a un pequeño local en donde nos recibió un amigo suyo, de inmediato llevo a la pequeña mesa tarritos de “curados de Zacualpan”, (menta, tejocote, café, higo y maracuyá) mientras calentaba garganta y tomaba valentía para degustarlos le pregunte sobre las tradiciones de la localidad a lo cual me respondió que en Zacualpan algunas de sus tradiciones son: el cultivo de café orgánico, los curados de Zacualpan, –aguardiente de caña de azúcar preparado con fruta natural- y su fiesta principal, la famosa Mojiganga, que destaca en las celebraciones en honor de la virgen del Rosario, en la última semana de septiembre.

Ramón Galicia prueba los curados de Zacualpan de AmilpasPor fin tomé valor y probé el primer tarrito de Zacualpan curado de menta, increíble sabor y aroma, enseguida, ya envalentonado, tomé el de café, vaya sabor y ¡como pegan…!, mientras reposaba antes de pasar al siguiente sabor, me comentaron que una de sus tradiciones es el trueque. Este ancestral sistema económico, que se basa en el intercambio de productos sin usar dinero, aún existe aquí entre los productores y comerciantes locales.

Ya calientita la garganta le entré al de tejocote, algo parecido al ponche pero en frío que deja en la garganta y boca un agradable dulzor, pero el curado de Zacualpan de higo y maracuyá son los que se imponen, solo de recordarlos en mi boca aumenta la saliva. si la piña colada con Zacualpan me sorprendió, estos dos últimos de higo y maracuyá me encantaron por su sabor, dulzor y frescura, excelente combinación…!

Después de estas 5 bebidas refrescantes y un poco mareado, tuve la oportunidad de visitar el sitio en donde cada domingo a partir de las 5 de la mañana se lleva acabo el trueque, fue una fortuna observar como intercambiaban sus mercancías, con esta ancestral tradición los comerciantes locales contribuyen a la economía local y al mismo tiempo enriquecen la historia y tradición de Zacualpan de Amilpas.

No dudes en visitar Zacualpan de Amilpas, con tu visita se seguirán conservando sus tradiciones y riqueza cultural.

Pocas de las millones de personas que volvían a sus casas en Madrid, Barcelona o Sevilla lo supieron, pero el 28 de septiembre de 2012 España perdió parte de su territorio.

En concreto, 16 kilómetros de extensión ubicados en el parque nacional de Sant Llorenç del Munt i L’Obac cayeron fuera del dominio de la monarquía borbónica.

Por lo menos eso pretenden los habitantes del municipio de Gallifa, cuyos cinco concejales decidieron por unanimidad declararse territorio catalán libre y autónomo, firmando en esa fecha su declaración de independencia.

Hoy que Cataluña está agitada con una población dividida en torno a la independencia de toda la comunidad, recordé mi viaje a Gallifa, pueblo pionero en el debate por la separación de España.

¿Cómo es este pueblo en rebeldía ante el gobierno nacional?

Gallifa el primer pueblo independiente de Cataluña
Si no se tiene un auto para alcanzarlo por carretera, averiguarlo no es fácil para el viajero independiente. A la entrada del lugar, la única parada de autobús de todo Gallifa se yergue solitaria en una curva bajo los rayos del sol.

La vitrina que debiera exhibir las rutas y horarios del transporte público se encuentra vacía, testimoniando la escasez del servicio. Aquel visitante que quisiera usarla sin información previa, se sentaría sin conocer el tiempo de espera, y éste sería eterno, pues la única ruta que llevaba a San Felíu de Codinas ha sido cancelada.

Así, la única opción para llegar al pueblo, si no se puede rentar un coche, es caminar. Gallifa se esconde del visitante espontáneo, pero está lista para sorprender a quienes superan las dificultades del trayecto.

Dónde está Gallifa

La independencia de Cataluña ha sido uno de los temas más importantes en España en años recientes. Pero este 2017 la crisis llegó a su apogeo tras un referéndum considerado ilegal por el Gobierno español y donde, con una baja participación, se declaró la independencia de la comunidad autónoma.

El conflicto llevó a el arresto de los líderes independentistas, al exilio del depuesto presidente catalán y a unas nuevas elecciones celebradas el 21 de diciembre, que dejaron como ganador a un partido unionista, pero a una mayoría parlamentaria independentistas.

La mayoría de diputados independentistas se debe precisamente a los pueblos como Gallifa en la Cataluña profunda, lugares que se han mantenido orgullosamente catalanes tanto en épocas de tolerancia como de represión.

Es en esta región donde surgió la Asociación de Municipios por la Independencia de Cataluña, que desde 2011, cuando se empieza a buscar abiertamente la secesión con España, ha sumado 764 miembros.

Gallifa es parte de ellos, pero durante varios años estuvo solo a la hora de dar el paso definitivo al declarar su secesión

Solo, como siempre lo ha estado respecto a sus vecinos, aislado en un valle donde siempre ha sido la única localidad. Al norte la montaña de Sant Sadurní, de 900 metros, y al sur el montículo del castillo la separan de los municipios vecinos.

Montaña de Sant Sadurní, GallifaPerteneciente oficialmente a la comarca del Vallés Occidental, Para llegar a Gallifa tomo un autobús a las ocho de la mañana en Sabadell, capital de dicha región, para internarme en la montaña hasta San Lorenzo Savall.

Este pueblo rodeado de bosques es el más cercano al destino final, desde ahí se debe tomar un sendero que cruza la montaña y que, bien señalizado, es parte de la extensa red de caminos rurales de Cataluña, a través de los cuales se promueve el senderismo y el respeto a la naturaleza en toda la Comunidad.

En el caso de esta ruta, rodeada de estampas de las montañas cubiertas de bosques, los caminantes son raros y tiene una dificultad moderada. Una persona en buena condición física puede alcanzar Gallifa en aproximadamente hora y media.

Desde las alturas, antes de ingresar al lugar y conocer sus historias, el pequeño pueblo ya se muestra privilegiado, en un entorno idílico ajeno al estrés urbano

La pequeña bandera española

La rebelión de Gallifa le dio una efímera fama, llevando a unas decenas de visitantes a ver en persona la muestra física de su deseo independentista.

Al entrar al pueblo la carretera se bifurca, un lado lo circunvala y otro lleva a su interior, dividiéndose en caminos cada vez más pequeños que terminan en grandes fincas, masías, plazas o que se convierten en escénicos senderos sin pavimentar donde apenas cabe una persona y que terminan por desaparecer entre árboles centenarios.

Una de estas calles finaliza frente al palacio municipal. Ahí, en la entrada principal, un tablón de anuncios al servicio del gobierno y los vecinos se muestra prácticamente vacío. La excepción son dos avisos, uno de la venta de una propiedad y otro con información caduca de la pasada fiesta del pueblo, celebrada meses antes de mi visita.

Gallifa independenciaSobre ellas, sujeta con un alfiler, un banderín con los colores de España es el único símbolo nacional que se presenta en el edificio.

Esto, hasta que uno da la vuelta y descubre un mástil a unos metros de distancia. Arriba, el viento ondea una monumental y orgullosa bandera catalana que, junto a otra con los colores municipales, humillan al diminuto símbolo patrio español.

De acuerdo al alcalde de Gallifa, la presencia del banderín, que provocó una polémica judicial, está en el edificio para cumplir únicamente la Ley de Banderas recogida en la legislación catalana, no la española.

Dado que este documento prohíbe que ningún símbolo nacional en un edificio de gobierno sea más grande que el español, que debe estar en un lugar de honor, las enseñas catalanas fueron colocadas fuera del palacio, y el emblema español fue el más pequeño que se pudo conseguir.

Esta curiosidad ha sido lo que ha atraído a algunos turistas al municipio, buscando presenciar este símbolo de rebeldía. Pocos se quedan a descubrir más a fondo una localidad, cuyo deseo de independencia se refleja también en el hecho de que ha dejado de pagar los 1,662 euros que colecta como impuesto sobre la renta.

El castillo y la virgen de la ecología

Un pueblo rebelde, es el mejor hogar para un rebelde, y eso es precisamente lo que define a Josep Dalmau, quien desde 1958 es el rector de la iglesia de Sant Pere i Sant Felíu.

Enviar a un párroco joven y con una carrera ascendente a un olvidado pueblo de montaña, no podía interpretarse sino como un exilio para un personaje que incomodaba al franquismo, pero el movimiento sólo demostró lo desconocida que resultaba la zona.

Dalmau dejó los importantes templos que había dirigido en Sabadell y Vilanova i la Geltrú, pero no dejó de ser un activista durante toda la dictadura y encontró un hogar en Gallifa, donde, además de apoyar la independencia desde hace décadas, encontró la libertad para impulsar una doctrina religiosa no del todo aceptada por la iglesia católica.

A las afueras del pueblo, viendo hacia el sur, se encuentra un montículo que los antiguos señores feudales eligieron para edificar un modesto castillo y fortificar sus dominios.

Desde el 999, de cuando data la primera referencia documental, al siglo XVI fue residencia y fortaleza. Pero terminó por ser abandonado, acogiendo únicamente la pequeña ermita de Santa María del Castell. Ésta es hoy la única construcción que el tiempo no arruinó.

Teniendo autoridad religiosa sobre la ermita en desuso, Dalmau la restauró durante la década de los 80, y en 1986 la designó como templo de la Madre de Dios de la Ecología, una advocación no reconocida por el Vaticano, también dio a Gallifa otro inesperado atractivo turístico.

En la ermita, una imagen tallada en madera del siglo XI, cuya advocación original se desconoce, funge como virgen de la ecología, y en la web del santuario se habla del movimiento naturalista desde el punto de vista cristiano.

Se invita también a visitarlo y sembrar un árbol, en vez de prender veladoras, para que éste sirva de una plegaria siempre encendida en honor a María.

Los patios del castillo son también sede de un espectáculo de luz y sonido que se celebra cada fin de semana, y cuenta con un área de camping. Los visitantes son pocos, pero no falta el barcelonés que, encantado con el cielo estrellado, obtiene permiso del guarda para pasar la noche en el lugar, bajo la condición de echar candado a la puerta al retirarse la mañana siguiente.

La advocación ecológica, sumada a la polémica presencia de una estatua de Artemisa en el patio del castillo, ha provocado que los círculos católicos más tradicionales acusen a Dalmau de promover el paganismo. Pero ni el arzobispo de Tarragona, ni el obispo de Vich han actuado para eliminar este sui generis culto.

La rebeldía de Gallifa se extiende así hasta lo religioso, con la invención de su propia virgen. Pero al ver como el Papa Francisco ha convertido a la ecología en un asunto de moral cristiana a través de su encíclica Laudato Si, surge la pregunta de si este pueblo emancipado no fue en realidad un pionero, adelantándose décadas a la lucha mundial por el respeto a la naturaleza.

Gallifa y el arte

Gallifa se rebela también contra la pérdida de la identidad. Al caminar por sus calles, las casas y fincas están perfectamente restauradas y todas respetan el estilo arquitectónico del lugar. Con fachadas cubiertas de piedra y, en algunos casos mostrando los aperos de labranza en las entradas.

La imagen que da la villa es la de haberse quedado atrapado en el pasado, pero la imagen tradicional no es sino una agradable construcción para sus escasos habitantes y para las cámaras de los turistas ausentes.

En realidad, Gallifa está lejos de oxidarse en tiempos remotos. Por el contrario acoge importantes expresiones culturales catalanas como lo es el modernismo, representado por una escultura monumental a la entrada del pueblo y que festeja su primer milenio de existencia

Asimismo, muy cerca de la iglesia, se descubre la Fundación Josep Llorens i Artigas. Éste fue un ceramista catalán amigo Joan Miró y quien, tras trabajar en París y Barcelona, eligió Gallifa como el lugar donde instalar su taller, tomando sus idílicos parajes como inspiración para su obra.

El propio Miró, el más reconocido artista contemporáneo catalán, visitó el municipio en varias ocasiones para componer su obra en alguno de los tres hornos de cerámica del taller de su amigo. Destaca el que de aquí surgieron los murales del sol y la luna, creados para la sede de la UNESCO y que recibieron un premio Guggenheim en 1958.

Tras la muerte del artista, su hijo conservó el taller como un espacio para exhibir el trabajo de su padre, y organiza estancias para estudiantes y artistas contemporáneos que pueden aprender y crear su obra en las instalaciones locales: uno de los pueblos más pequeños de Cataluña es así una capital para la alta cultura y aspira a encontrar al próximo gran artista catalán. Para visitar el lugar es necesario agendar una cita por teléfono.

Gallifa y el motociclismo

Gallifa se rebela finalmente contra su propia desaparición. La pérdida de habitantes, el envejecimiento de la población y el abandono son amenazas a las áreas rurales de España y el mundo. Pero este municipio, cuyo récord de población llegó en el siglo XIX con 337 habitantes, logró frenar la emigración que los llevó a un peligroso número a la baja de 55 en los años 70.

Sin ser nunca un imán para las masas, la personalidad, tradición y belleza de Gallifa lo han llevado a sumar hoy más de 200 habitantes, de los cuales un 51% es el que ha participado en las elecciones y referéndums que los han llevado a declararse independientes. La opinión del restante 49%, que ni siquiera se presenta a las urnas, queda como un enigma escondido tras la peculiaridad de su pretendida emancipación.

Entre las personas que hoy viven en Gallifa, y que han traído esta reciente multiplicación de sus habitantes, se encuentran inmigrantes tanto de otras provincias españolas, como de lugares tan lejanos como Uruguay.

Sin importar su origen, todos dicen sentirse profundamente catalanes. A pesar del aumento, el cementerio tras la iglesia de Sant Pere es tan pequeño que se recorre en tres zancadas, sin que se haya pensado extenderlo.

Gallifa desde la iglesia por Francisco Fontano

La población también aumenta temporalmente al inicio de la primavera, cuando el municipio se rebela ante la calma campirana y acoge el rugir de los motores con una carrera de motociclismo, puntuable en las copas catalanas, y que trae a la solitaria localidad a los mejores exponentes locales de este deporte.

Así las familias que lo han habitado por generaciones, los recién llegados y los visitantes ocasionales completan la estampa de este pueblo, que se resiste a aceptar definiciones y que sorprende con las historias que lo hacen especial.

Fin del viaje a Gallifa

Fuera del núcleo urbano, más del 50% de Gallifa está cubierto de bosques, el mejor homenaje a la virgen ecológica que veneran. Escondidas entre los árboles,  aún es posible encontrar algunas ermitas que servían a los campesinos en el medievo y que llevan siglos en desuso.

Los senderos que llevan a ellas se convierten en nuevos caminos que llevan de vuelta a los más grandes poblados vecinos, donde se puede encontrar algún transporte con rumbo a las grandes ciudades.

En algún punto de esas sendas, se cruza la frontera invisible que limita a los municipios. Al hacerlo, el visitante que emprendió esta aventura abandona la pequeña extensión de la Cataluña independiente y, sin darse cuenta, vuelve a España.

No dudes en visitar San Pedro Atocpan, la tierra donde nacieron mis abuelos y que me vio crecer.

Es uno de los 12 pueblos que conforman la alcaldía de Milpa Alta, cuenta con una extensión de 27,828 hectáreas y es una de las delegaciones rurales más extensas del Valle de México.

Atocpan significa “sobre tierra fértil”. Su población estaba sujeta al vasto señorío de Xochimilco en la época prehispánica. La cultura originaria del lugar son los pueblos nahuas, fundadores del antiguo asentamiento Malacateticpac-Momoxco (Hoy Villa Milpa Alta). El idioma náhuatl sigue siendo utilizado por algunas personas, convive con el castellano y lo escucho hablar a sus habitantes cuando camino por sus calles.

En los años veinte del siglo pasado, San Pedro mostraba una imagen conformada por un pequeño caserío construido con adobe, piedra, zacate y tejamanil. No había agua ni luz eléctrica, por lo que sus habitantes se alumbraban con velas todavía. Las mujeres del pueblo lavaban su ropa en otros sitios, y en las pequeñas cocinas la manteca de cerdo y la leña eran empleadas cotidianamente por nuestros abuelos.

Atocpan empezó a mejorar cuando una de sus familias inició el negocio del mole en su casa durante la década de los sesenta, surgiendo así una industria a la cual se dedica el noventa por ciento de su población, y cuyo mercado principal es la ciudad de México. Éste es el Atocpan que desde mi infancia yo conocí, y donde tengo mis recuerdos.

Al llegar a San Pedro Atocpan notarás que aun huele a provincia, a mole verde, rojo, almendrado, afrutado, apiñonado… un marcado olor que puede percibirse en sus calles y callejones.

Y aunque la capital mundial del mole sirve este platillo –con guajolote, pollo y hasta conejo– durante todo el año, en el mes de Marzo al iniciar la primavera en el Centro de Educación Ambiental (CEAT) en San Juan Tepenahuac, pueblo de Milpa Alta se realizara en 2018 el evento 4°Equinoccio de Primavera y la Muestra Gastronómica del Mole y Mezcal.

Estaremos invitando a este evento a través de la Cooperativa Turismo Milpa Alta S.C. y es el cuarto evento del equinoccio que organizamos Así es que no puedes faltar.

Indudablemente San Pedro es como el mole pero sus ingredientes no son solo los chiles y especias sino su historia, misticismo, arquitectura y tradiciones.

El manjar principal en este pueblo son las calles empedradas, templos y viejas casonas construidas con piedra volcánica que conforman su esencia.

En el también puedes vivir el Festival Internacional del Folclore.

¡Vayan a San Pedro Atocpan! llénense de cultura…

 

El intenso calor del noviembre africano se aligera, con la brisa del mar que me alcanza en la cubierta del ferry que va del puerto de Dakar a la pequeña isla de Gorée.

Rodeado de mujeres con coloridos vestidos floreados, y hombres que visten mezclilla y camisetas de futbol, mis ojos contemplan el océano Atlántico que me separa de América.

El ruido y actividad de Dakar quedan a lo lejos, y son remplazados por la calma provinciana de Gorée. Oficialmente son la misma ciudad, pero en realidad se trata de dos mundos aparte.

Playa donde llegan los ferrys a la isla de Goreé frente a las costas de Dakar, Senegal

Paraíso con triste pasado

Llegué a Senegal la noche anterior, con esa mezcla de emoción y miedo de que se tiene al estar en un lugar desconocido. Tras años de viajar, y de moverme con comodidad por toda Europa, decidí expandir mis fronteras, por lo que me hice la promesa de no volver a México sin pisar África.

La elección de Senegal fue casi casual, producto sólo de un boleto de avión a buen precio. Pero la fortuna sonrió, pues con el país definido averigüé que era considerado el mejor destino para quien visita el África negra por primera vez: una infraestructura adecuada, gente que hace gala de la tradición musulmana de recibir bien al visitante y una ecléctica mezcla de atractivos naturales y culturales, permiten que éste sea el terreno ideal para que el viajero que llega tan lejos de casa aprenda a moverse en un mundo diferente.

Barcas con la bandera de Senegal en el lago rosado o lago retba cercano a Dakar

El ferry atraca en el muelle, y los pasajeros bajamos a una amplia playa, que se extiende más allá de los comedores que sirven platos como el thieboudienne y el pollo yassa.

Gran parte de los caminos de la isla no son sino arena flanqueada por coloridas casas, que ocasionalmente se abren en grandes patios donde se fabrican y venden artesanías o donde los niños interrumpen sus juegos cuando me asomo, provocando que sonrían y agiten sus manos con emoción para llamar mi atención, mientras me gritan una palabra en wolof que, más adelante sabré, significa “blanco”.

La calma que se respira no siempre existió. De hecho, no son ni las playas, ni la tranquilidad lo que atrae a la gente aquí: del siglo XV al XIX, la isla fue una locación del comercio de esclavos, y hoy el lugar recuerda uno de los actos más inhumanos en la historia mundial.

Una pequeña vivienda de fachada roja, es la que narra este pasado con más claridad. Se trata de la casa de los esclavos, uno de los edificios más antiguos de la isla y donde una familia francesa apresó a cientos de personas antes de venderlas como mercancía.

Es especialmente impactante la llamada puerta del no retorno, una abertura en la pared desde donde los esclavos eran directamente embarcados a los navíos que los llevarían a América, y donde el único escape era caer en las fauces de los tiburones.

Pero, en el pequeño museo habilitado en lo que fueron habitaciones y jaulas, también se siente terror aprendiendo como las mujeres buscaban embarazarse de oficiales franceses para asegurar su libertad como madre de niños blancos, o contemplando las cadenas usadas para dejar sin movimiento a los desafortunados que eran atrapados por los esclavistas.

Una senegalesa camina junto a una autopista en Keur Massar

Al salir del museo, llega el momento de reencontrarse con las bellezas del lugar. Si la mitad de la isla está cubierta de arena, la orografía cambia conforme me alejo del muelle.

Al otro extremo encuentro unos riscos, máxima altura del lugar, y que han sido escenarios de películas de Hollywood; así como los equipos de comunicación usados durante la segunda guerra mundial.

A lo largo de todo Goreé, artesanos abren sus talleres para mostrar como en pocos segundos crean imágenes con arena de colores, mismas que ofrecen al visitante para que las adquiera antes de volver al continente.

La costumbre es siempre regatear el precio, pero de no querer comprar es necesario ser claro y firme, de lo contrario es imposible quitarse a los vendedores de encima.

Tan cerca de América

Si hubieran podido estar en la cubierta del barco, lo último que los africanos hubieran visto de su tierra rumbo a América, hubiera sido Pointe des Almaides, el punto continental más occidental del viejo mundo.

Por ende, al estar de pie en sus rocas bañadas por las olas del mar, me encuentro geográficamente más cerca de América de lo que he estado en cualquier ciudad europea. Esa simple característica lo convierte en un lugar digno de todo trotamundos que recorra Senegal.

Fuera de la anécdota, Pointe des Almaides es el vecindario más exclusivo de la capital. De poca extensión, sus dos avenidas son flanqueadas por lujosas casas, hoteles exclusivos, un centro de conferencias y por la embajada de Estados Unidos.

Su rocoso extremo contrasta con este ambiente exclusivo al alojar un mercado de artesanías y una decena de modestos restaurantes sin pretensiones, que recuerdan changarros de playa mexicanas.

Pointe des Almaides, igual que el puerto de donde parten los ferrys, son parte de la península de Cap-Verd, la zona geográfica que incluye a la capital, y donde las corrientes de aire llevan humedad del mar, lo que permite a la vegetación crecer con facilidad.

Ello distingue la zona de las dunas de arena y la sequedad del norte del país. Pues al ser la primera nación al sur del desierto del Sahara, Senegal es en gran medida un país semidesértico.

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En la península también se levantan dos conos volcánicos, las Deux Mamelles que, a pesar de apenas superar los 100 metros, son el punto más alto de la ciudad.

En uno de ellos, se levantó en 2010 una gigante escultura, con pretensiones de ser la Estatua de la Libertad del continente, el Monumento al Renacimiento Africano.

Representa tres figuras talladas en bronce: un hombre, una mujer y un niño, con la vista en el horizonte, reflejando la idea de que el continente supere sus problemas y tenga un mejor futuro. Es la estatua más grande de África.

En la colina gemela, la cima es coronada por un faro, cuyo interior se puede conocer pagando una propina al encargado.

También resulta de interés subir a pie por un camino, a lo largo del cual se pueden ver aves de vivos colores, y una extensa población de arañas que hacen su hogar entre los arbustos de los costados.

Conviene andar con tiento, pues el escaso tráfico vehicular lleva a que algunas tiendan su red en medio del camino. Lo que puede llevar a un inesperado e indeseado encuentro cercano.

La península también incluye el barrio de Plateau, donde se encuentran las pocas casas coloniales que sobreviven, así como la antigua estación de tren y los museos de la ciudad, donde se distingue el IFAN, dedicado al arte africano.

Los alrededores del Lago Retba Senegal sirven para la producción de sal

Los alrededores

Cerca de Dakar, se encuentra una de las atracciones turísticas más importantes del país.

Para llegar a ella me aventuro, sin conocer los idiomas locales, a viajar en los microbuses senegaleses, que resultan más amplios y cómodos que los mexicanos.

Tras un transbordo y cerca de una hora de viaje, llego al Lago Retba, mejor conocido como Lago Rosado, por la extraña coloración de sus aguas que llaman a cientos de visitantes.

Aunque las fotos promocionales prometían un agua de tono pepto-bismol, la realidad es que sólo en contados días, que mezclan varias condiciones climáticas, el agua toma ese color.

No tengo la suerte de visitarlo en una de esas jornadas, hoy lo veo como es realmente, color rosa, pero mucho más deslavado, aunque eso no quita interés al lugar.

El tono de las aguas se debe a la presencia de un alga que crece en aguas con alta concentración de sal, y que permite flotar con extrema facilidad al bañarse en el lago Retba.

La salinidad también provoca que, aparte del turismo, la extracción de sal sea la principal actividad de la zona, donde es posible visitar a los trabajadores haciendo su tarea artesanalmente, aunque teniendo la precaución de no fotografiarlos, cosa que los enoja.

La alta cantidad de sal es peligrosa en baños largos, como lo evidencian las barcas carcomidas que se resecan bajo el intenso sol. Pero un baño corto es incluso recomendable, pues las algas del agua tienen propiedades antioxidantes y se usan en cosméticos.

Tras comer en una palapa con vista al lago, tomo el camino de vuelta a Dakar, que será la base para continuar la aventura y conocer otros rincones de la geografía senegalesa.

Una vez que el viajero aumenta sus horizontes, siempre se quiere ir más lejos.